Relato – No tengo novio

El hilo conductor de este relato es algo a lo que tememos todos los que usamos WhatsApp: enviarle un mensaje importante a la peor persona posible.

0

¿Tenéis ganas de historias cortas con un móvil como hilo conductor? Espero que sí, porque si es un no me hundís esta sección dominical… ¿Respuesta afirmativa? Pues a ver qué os parece la propuesta de hoy, que no sólo es un móvil lo que mueve el relato. Porque ¿cuántas veces os habéis equivocado a la hora de enviar un WhatsApp? Muchas, seguro. Y habrá errores más garrafales que otros, quedando dentro del relato una equivocación que marcará la vida del personaje principal. ¿Qué le ocurre? Ya sabéis: sólo podréis conocer sus desventuras si os lanzáis a leer el relato. ¡Espero que os guste! Y que os divierta lo suficiente como para seguir esperando esta sección en sucesivos domingos. ¡Los comentarios son de gran ayuda para el escritor!

No tengo novio

Relato - No tengo novio

—¡Déjame, que sólo será un momento!

El ambiente era tan ruidoso en aquel local que recuerdo dejarme la garganta sólo para pedir algo de beber; así que imagina lo que significó hacerles entender a mis amigos que necesitaba un momento de relax para desahogar la vejiga y escribir un mensaje al único colega que no había podido venirse de fiesta. Pero lo conseguí, logrando abandonarles justo cuando más me necesitaban.

—¡No tardes! —Gritó Luis pegando saltos como un gorila anfetamínico. Curiosamente, la chica con la que bailaba parecía más divertida ante el espectáculo que espantada.
—¡No te esperaremos mucho tiempo! —Gritó Sebas aceptando que me zafase de su mano para abandonar el grupo. No tardó en volver al movimiento en cuanto me dejó marchar—. ¡Que nos vamos a su casa!

«¿Por qué pondrán la música tan alta?», pensé cruzando la pista mientras sorteaba borrachos, babosos acechantes a todo cuanto se movía y adolescentes recién salidos del instituto, por ese orden. Una vez llegué cerca de la barra, miré a mi retaguardia para deleitarme con la visión de la escena que había dejado atrás: dos de mis mejores amigos disfrutando de la compañía de tres mujeres tan atractivas que aún hoy me pregunto si no eran fruto del alcohol, los cinco bailando alegremente como anticipo de una noche que se antojaba de libro, gestos apremiando mi vuelta junto a la chica que había abandonado… Debía finiquitar mi tarea y no tardar demasiado con ella, sí, pero decidí abstraerme unos minutos aguantándome las necesidades mientras escribía un mensaje en el que plasmaba el máximo de envidia posible.

«Veamos», pensé tratando de despejarme mientras tomaba el teléfono en las manos para bucear dentro de la aplicación de mensajería. ¿Podía ser posible que aquel aparato hubiese crecido en peso hasta asemejarse a un ladrillo mientras parecía resbalarse igual que una trucha recién pescada? Dos veces estuvo a punto de caerse de mis manos, logrando dominar mi percepción y mis actos hasta tal punto que no sólo conseguí sostener a salvo el móvil, también logré escribir un mensaje que, después de varias lecturas, se me hizo inteligible. Al menos, lo suficientemente inteligible considerando mi estado.

«No te vas a creer las tías que nos hemos ligado. ¡Lo que te estás perdiendo!».

Pulsé en enviar y, tras caer en que el texto no era lo suficientemente veraz, decidí añadir un extra de picante enviándole también una foto. Así que levanté el móvil con la cámara orientada hacia mi grupo, pulsé en el botón de disparo y me dispuse a adjuntarla en la conversación. Abrí la galería, localicé la última fotografía realizada, me aseguré de que, a pesar de las malas condiciones de luz, las chicas se apreciaban correctamente y la compartí apretando sobre el icono del WhatsApp. Demasiados pasos para pensar con claridad dado mi estado, pero ya sólo me quedaba uno: introducir la imagen dentro de la conversación. Y como había sido la última, eso sería pan comido. Aunque había algo raro: la conversación más reciente, aquella que aparecía en primer lugar, no era la de mi amigo Alberto. ¿Podía ser posible? Parpadeé varias veces para corroborarlo, traté de serenarme al máximo e, incluso, apagué y encendí el teléfono en repetidas ocasiones, pero resultó inútil: había cometido el mayor error de mi vida.

…………………

—¿De verdad que no te apetece nada de beber?

Raquel se abstrajo completamente del ruido que inundaba aquel ambiente, se evadió incluso de aquel chico tan atractivo que llevaba un rato insistiendo para invitarla y se dedicó en exclusiva a releer el mensaje recién recibido. ¿Para eso se había ido con sus amigos? ¿Para estar lejos de ella y así sustituirla por una cualquiera? Raquel se hizo ésas y múltiples preguntas más, llegando a la conclusión de que tampoco debía darle más vueltas aquella noche. Al fin y al cabo ¿no se merecía también un poco de diversión? Sobre todo después de que sus amigas la hubiesen abandonado tan vilmente en pos de lo mismo que ella había decidido justo en ese instante experimentar.

—Voy a pedir un gintonic. ¿De verdad que no quieres nada?
—Va, ponme otro —gritó Raquel guardando su móvil en el bolso—. Bien cargado de ginebra.
—Uy. Mejor que vayas con cuidado, a ver qué va a pensar ese novio tuyo.
—Qué va —rió Raquel escondiendo la amargura detrás de una sonrisa fingida—, me escuchaste mal: no tengo novio.

Sin comentarios

Dejar respuesta